BITACORA DEL DESHIELO


BITACORA DEL DESHIELO

[ febrero 14, 2006 ]

UN CUERPO MUERTO NO VENGA INJURIAS

 

Una nube perseguía al viento a lo lejos, mientras la sangre corría frágil por uno de mis costados, por mi brazo. El púrpura inconfundible pegoteaba mi ropa. Un olor a grasa, a metal oxidado, me llenaba la nariz. Esto es fácil, pensaba; este tránsito es sencillo. Más difícil fue lo anterior. La carrera, la huída ahora apenas venía a mi mente. Hace tan sólo 24 horas sería imposible creer esta situación; sólo una puesta de sol y algunas horas más yo era un hombre... normal, gris. Y creía que amaba.
Todavía me aferro a que ocurra algo; a que me salve esa suerte que siempre tuve conmigo y que ahora al parecer se me escapa. Escuché que al anochecer. Sólo al anochecer. Escucho, por hacer tiempo mientras la debilidad me salva, los sonidos de este pequeño mundo. Una pequeña ave trina mientras salta de un árbol a otro. Apresurada. No alcanzo a seguir sus movimientos rápidos pero sé que continúa cerca.
Volteó con parsimonia, el dolor arrecia con cada movimiento. El sol empieza a ocultarse a mi izquierda, en los árboles. Hace algunos momentos me lastimaba los ojos y yo maldecía; ahora tengo miedo de la oscuridad que se avecina, y preferiría mil veces la luz hiriente sobre mi cara. ¡Desearía tanto no haber caído, no haberme herido!
Maldita la hora en que desperté. Es cierto que soñé tanto que por un buen rato tuve los sentidos embotados y sensaciones que chocaban con la realidad de los ojos abiertos. Mi cuerpo, mi mente sentían lo que ya no estaba presente. Me hallaba inmerso en una furia sin objeto, en un miedo atroz por inexplicable. Entre todo, destacaba un deseo total, imbécil, infinito pero sin causas.
El delirio de las sensaciones se agudizó conforme pasaban las horas. Ahora dominaba la ira; ahora, la frenética ansia. El trabajo en la gris oficina no tenía importancia y las paredes de mi casa eran una celda, un desierto. Mis libros no me dieron ningún consuelo; ninguna calma. El gris del aparato de sonido apenas me incitaba a algo más que mirar sus bordes brillantes.
Busqué la manera, con desesperación, de controlar esto que no era yo pero que se adueñaba de mi mismo. Ver televisión atizaba la hoguera que era yo. Detestaba la mudez y superficialidad de este teléfono; cuyo único valor era una voz sin rasgos, una cercanía falsa.
Caminar, salir. Escapar de aquí. Órdenes impuestas por mí, para mí; y cumplidas. Me miré, al pasar, en un espejo. No recordaba esa mirada, ese porte, los pasos violentos. Tampoco los ojos tan hundidos, tan llenos de brillo, los rasgos tan agudos. No, no era yo, pero era mi cuerpo. El cabello revuelto de siempre, el cuello, la altura. La frente ahora tensa, ahora cruzada de arrugas. Las manos enormes, plenas de venas azulosas a pesar de la piel oscura; las uñas blancas.
Caminar, salir. Escapar de aquí. Ese era el imperativo. A pesar de mi nueva apariencia, posiblemente más en mi mente que en mi cuerpo, abandoné el viejo hogar. Eran las doce del día, una hora llena de significados.

Reyes
[1:05 p.m.]

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[ febrero 09, 2006 ]

La mirada del castigo

 

Clavado al piso, miraba a mi padre mientras preparaba la ceremonia en absoluta calma. Sus pasos apenas sonaban como hojas marchitas. No había ninguna prisa en sus movimientos, aparentaba aquella lenta resignación que, imagino, compartía con sus hermanos, con su padre durante la concreción de este pequeño requerimiento de nuestra vida. Yo vacilaba en interpretar su mirada como la solicitud de perdón o una acusación profunda, por su papel en esta representación.
Pasaba el tiempo. Mi madre, mis hermanos y yo le mirábamos hacer de aquí para allá; Él no cargaba nada, no trajinaba con ningún peso, ahuyentaba quizás los últimos vestigios de esperanza en nosotros, justificaba su tarea. No hablaba. En ocasiones yo notaba el rasgo duro que le marcaba la trascendencia de este momento y lo entendía; como se puede entender el clima casi sin ira hasta que la violencia de una tormenta destroza lo que amabas. Mis hermanos mayores se hundían en su propia mente. Los dos miraban a mi padre hipnotizados; tensos sus cuerpos, sin articular palabra, respirando levemente.
Soplaba apenas una ligera brisa en este mes de marzo. Al menos no hace frío, y me escondo en una serie de pensamientos sobre el origen de este aire. Un momento después recuerdo por qué estoy aquí, por qué mi padre nos mira tan directamente. Somos tres, somos el núcleo; éramos unos niños todavía: El mayor, nervioso y angustiado como siempre; el siguiente con esa violencia contenida tan suya; yo, vigilante de todos los actos de mi vida, quizá para no participar totalmente.
Seguíamos esperando esta farsa. Yo sabía que era mucho más de lo que se aparentaba y al mismo tiempo tenía mucha menos relevancia de la que se le quería dar. Quizás cuando fuera mayor entendería cuáles eran los alcances absolutos de esta espera, de esta callada resignación; de tal dureza en todos nosotros.
¿Qué esperábamos? El castigo. Algo había ocurrido que trastocó la precaria calma en nuestra familia, y uno de nosotros era el culpable. Una y otra vez cada uno negó alguna culpa, alguna responsabilidad. Mi padre, en un principio presa de una ira absurda, animal; concluyó que si nadie se hacía responsable todos expiaríamos la falta.
Por momentos veía la ira crecer en el hijo mayor, temblaba de rabia; luego sus ojos delataban el temor de bestia herida. Apretaba los puños, los dientes; se tornaban sus ojos cristalinos. El segundo fingía una cierta calma, sin embargo sus quijadas trabadas debajo de la piel mostraban ese coraje clavado tan adentro, esa injusticia por falta de verdad. Yo... simplemente me ocultaba en mí mismo como siempre; y me repetía una y otra vez: —Yo no haré lo mismo. Cuando sea grande, no seré así. Veía todo tan lejano, mientras el tiempo se escurría entre estas paredes.
Y de pronto, nos llamó. Tenía todo listo: una silla, un cable, su justicia. –Vengan. Nos acercamos en silencio mientras nos escrutaba, quería descubrir la culpa en algún rostro.
-Por última vez, ¿quién fue? En esos momentos sonaba como un trámite antes de dar la sentencia, de obsequiar el castigo. Mi madre, en su propia impotencia evocaba la nuestra, nuestro desamparo. Su imagen era quizá la misma de nosotros, pero aún así era diferente y aislada. ¿Qué relación tiene la víctima, el verdugo, con la mirada que los recrea? Nadie confesó haberlo hecho, nadie nos salvó. ¿Quién era inocente en ese momento preciso, quién podría escapar a la pena?
Mi padre tomo el cable casi con respeto, aquilataba el peso, miraba alternativamente a sus manos y a la tira de plástico y metal: —Les di la oportunidad y no la quisieron, entonces pásenle. Sólo les tocan tres. En su rostro ya no estaba esa mirada iracunda de hace unos momentos; ya no el temblor en la voz y mucho menos los hijos de la chingada... cabrones... Había una firme seguridad en él. El restallar y la quemadura fueron uno, y nosotros firmes obligándonos a la inmovilidad, a la ausencia: “Si se mueven les toca otro”.
Ahora, tantos años después para qué odiar al padre, para qué detestar esa dureza, a qué viene recordar el pasado si todo estaba cargado de ese rencor, del desinterés con el que quise protegerme de la rabia. ¿Quién fue inocente?, ¿quién fue culpable? Casi todo se ahogó con la lluvia de los días. Sirva en cambio de motor para esta nueva vida que he escogido. El deshielo está llegando con rumor de piedras.

Reyes
[1:40 p.m.]

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[ octubre 07, 2005 ]

Y EMPIEZA EL FIN

 

Ambos permanecíamos en la cocina como un par de condenados. Nos mirábamos poco. CUando nuestros ojos se encontraban simplemente obviábamos darnos cuenta de ello. El problema entre nosotros, si hay tal, es tan simple y tan inexplicable. Me recuerdo hace apenas dos años. Con ella. Para ella. Muchas veces creo que lo más fácil es empezar una vida en pareja. Lo difícil es acomadrte a ella. Enfrentar las diarias contrariedades, mecerte en esa ida y vuelta tediosa en la que un día es gemelo del anterior, y luego son trillizos. De un momento a otro, con un olor o la tonalidad de la luz del sol, pocas veces racionalizadas, sigo una serie de pensamientos que me llevan a evocar mi niñez. Ahí están las imágenes. Delgado, rodillas y codos raspados, una cicatriz blanca en la barbilla, casi como una línea de leche. Una mirada que escapa a una madre armada con una cámara. Una postura avergonzada, y sin embargo altiva. Una pared de tabique, al fondo. Burda y descarnada. El cielo como una gran copa volteada. Años después tarde, en la secundaria, cargado con una mochila y el desprecio a mis compañeros. Vagaba por ese pedazo de ciudad que pobló más mis sueños que la memoria. Deseante de la chiquilla, evidentemente novia del más grande hijo de puta del grupo, inventaba las treinta mil situaciones en que no necesitaba a nadie más. La edad, en la región, en que sólo se espera ser hombre; coordenadas en que es posible enfrentar la ausencia, el abandono y la desesperanza; eso creía. Cómo colocar en un domo todo esto que fui y que ahora soy. Ahora el hombre cuyo máximo temor es la noche, no física sino inmaterial. Que espera al anciano cuya boca cancelará todo destino para él. Repiensa esa noche obsesivamente sin ver a la mujer de los ojos cafés, aquí tan cerca. Cuenta unas cuantas historias para ella, para él mismo, y espera poder retrasar el verdadero fin.

Reyes
[1:08 p.m.]

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[ septiembre 22, 2005 ]

MONTADO EN LA YEGUA DE LA NOCHE

 

Medianoche. Las maderas de esta vieja habitación truenan mientras pierden calor. Parecen cambiar de color las paredes conforme pasa el tiempo. Cambian a una tonalidad ceniza, desleída. Crujen los resortes de la cama y la sed abrasa. En las oscuridades de las esquinas se esconde no el diablo sino la miseria. La ventana pequeña apenas trasluce la luz amarillenta de un farol viejo, olvidado hasta por la ley de Murphy. Tiras claras en el suelo y a veces el zumbido de un insecto que no se resigna a olvidar la cena. Apenas algunos reflejos luminosos en el espejo empotrado junto a la puerta junto a las fotos junto a la televisión vetusta junto al librero lleno de ejemplares rotosos junto a un escritorio prodigo en polvo junto a una cama de cobija vieja; y sobre ella yo.
Nada salva, ni siquiera el sonido del despertador desechable. Tric, tric, tric. No avanza a la velocidad deseada y nadie más en la casa. Nadie, sólo esa botella de mezcal barato sobre la mesa. Viento en la calle, frío en el alma. Los ojos abiertos como un culpable, las manos temblorosas; el miedo a un mañana que sea igual al ayer. Los cigarros amuletos para sobrevivir este abandono de mí mismo.
Los recuerdos brillan como luciérnagas y luego se pierden en la bruma. Ojos quemadura, pulso de sismo. ¿Será posible? ¿Hay alguien ahí?
Y empiezan los golpes contra la pared, que casi vienen de mi mente. Los escucho, no me muevo. Uno, dos, tres; seguidos. Y vuelven a empezar. Alfabeto ajeno. Ardiente la boca. El consuelo es ese sabor amargo.

Reyes
[3:31 p.m.]

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[ agosto 31, 2005 ]

RUEGA POR NOSOTROS

 


Sangre derramada
Plegaria del ahogado
Esperanza en libertad
Llanto del ahorcado;
Ruega por nosotros

Maldición del infante
Virgen moribunda
Ángel balbuceante
Muerte rotunda
Ruega por ti

Reyes
[2:51 p.m.]

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[ agosto 12, 2005 ]

Sus ojos profundos

 

Miraba sólo sus ojos. No hace frío, no llueve; es un hermoso día. -Quisiera decir que sí, que te quiero. No puedo. Con estas palabras su mirada se tornaba oscura. No dijo nada, quizás sólo su respiración se hizo más profunda. Qué extraño poder tienen las mujeres, pueden detener el tiempo cuando no hablan. Algo a nuestro alrededor, como una burbuja, como una esfera estalló en pedazos. Y la muerte se acercó un poco más. Detrás de ella, jugueteaba con su cabello como un amante; a mi espalda, soplaba un aliento frío y seco. No hay viento, y el cielo azul no deja ver ni una nube. Es hermosa; pero ahora de una belleza dura. Amarga hasta el detalle más pequeño. Al tacto, su brazo pierde calor; vigor. El silencio se instala entre nosotros.
No puedo soltarme, cada vez que intento tomar el cigarro que ella tiene en la mano, su mirada me traba en la parálisis.
Es una hermosa mujer, es un ángel terrible. La transformación fue instantánea. Su mismo cuerpo se replegó. Brazos y piernas tendieron a la gravedad de su centro. Temblaban mis mános; extrañamente vibraban cuando ella respiraba. No. No se merece ese dolor. Tampoco yo merezco la situación. ¿Por qué ocurren así las cosas?, ¿por qué heredamos antes que nada la posibilidad del dolor?
Unos metros más allá, un árbol se mece con un viento imperceptible. El ruido de autos irrumpe caótico entre ambos. Esta clara habitación escapa de sus límites hasta convertirse en un desierto.
Sigo mirando. Una palabra, una maldición. Quiero saber que ya no rebullen las ideas en ella. Quisiera decirle que la quiero, es verdad. Me duele tanto haber dicho esas palabras. Ciertas y punzantes.
La veo así: dureza en su semblante. Y quiero recordarla en su alegría, en esos momentos de mansedumbre.
Ella lo sabía desde antes, lo presentía. Cuando estábamos juntos y faltaba esa unión; ausencia de la búsqueda de nosotros entre la gente. Últimamente, yo me engañaba. Nos alejábamos tanto que algunas veces casi no pudimos encontrarnos. Ahora se lo he dicho. Quizás lo que más me duele es que son verdades.
Nueve palabras que pueden clavarse muy adentro. Que cortan su sonrisa, que destrozan este bello engaño que mantuvimos algún tiempo como tabla de salvación. Un minuto que es infinito mientras ves su cara, sus ojos bulletes de ideas, de letras.
En una bebida, sobre la mesa, mueren unos hielos. Se puede notar el vapor que escapa del vaso; sus paredes mojadas. Sus contornos húmedos.
No dice nada. Mira. Tiemblan los párpados. Aprieta sus manos. Nadie viene. Sombras en su rostro; arrugas en su frente. ¿Terminará?

Reyes
[2:41 p.m.]

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[ julio 11, 2005 ]

ESTAMPAS DE NETZAHUALCOYOTL

 

Hay un caballo con belfos rebosantes de polvo, con los híjares cuarteados y resecos, llenos los cuartos traseros de una masa pringosa y endurecida. Articulaciones recubiertas de costras y marcas. Rasca con las pezuñas ennegrecidas de suciedad entre montones de basura, más bien encima de una colina de desechos. Su cola, de un pelambre desigual, no tiene descanso contra las tenaces moscas. Es todo menos un cuadro del cual enorgullecerse. Sus costillares asoman debajo de la piel sucia. Es una una lámpara china de vieja dermis. Una cuerda delgada, plástica, le ciñe el cuello; se pierde entre la inmundicia del suelo. Unos ojos de donde siempre mana un agua viscosa, café.

Neza también es un parque de juegos. Algunos niños lo miran mientras pasan enfrente: la escuela está más allá. Desvencijados los aparatos, parece que nunca fueron nuevos. Oxidados, llenos de filos, los más. Terregoso lugar, subsisten apenas algunas matas de pasto escondido. Hay botellas rotas entre el polvo. Los infantes no están aquí; ocupada es su vida. Algunos adultos rondan periódicamente la otrora plaza para niños. Sólo es una zona de juegos infantiles.

Hay más. Si se mira con cuidado, al atardecer, esta ciudad es otra. Mientras las sombras se escalan las paredes, otra clase de vida toma forma. Se le puede ver en las esquinas, con los grupos. Cada uno mira tanto hacia afuera que lo único que ve es su propia existencia. Hablando, todos callan para ser más ellos mismos. Intercambian palabras imposibles de verdad. Se engañan, se burlan. No creen falsedad en lo que dicen, tampoco dudan de sus escuchas. Hacerlo sería el menoscabo de sus propios diceres. Así, corren las historias como las botellas de cerveza. Uno de ellos muestra una herida en la mano. El relato coloca a un hombre que no teme a nada ante todo. Se ufana de su arrojo, de su desprecio. En el último momento, intenta una mirada de aceptación de nosotros. Asentimos. Ahora sí ya es un valiente. El valor pasa por el reconocimiento de todos nosotros. Es posible que en un futuro para mantenerlo, en un asalto, sea muerto; que en una pelea termine con lesiones graves. Así es el valor. Así se construyen las tragedias.

Neza también es las madrugadas, frías en invierno, apenas soportables el resto del año. Vedada para los temerosos. Es sus metafísicos y concretos rincones oscuros. Los ancianos cuyos sueños los maldicen con el viejo pueblo, la familia hambrienta, la selva cercana. Las plazas vacías a no ser por los borrachos, los chacales, los marichis y los taxistas; y los locos, a veces de un grupo u otro, a veces independientes. Las casas cerradas, como si el mal estuviera fuera y no dentro. El viento que reclama el humo, y revienta contra algunas casas. Las luces amarillentas mientras se espera una nueva oportunidad, traicionada siempre al final. Tantos de ellos se sienten dichosos, tantos de ellos esperan nada de la vida. Así no serán traicionados. También, en sus sueños se traman los crímenes mientras su cabeza es un peso muerto.
Revienta en sus orillas el amanecer. Viene la muerte con ese inicio del día. Una onda gélida les hace temblar mientra se restriegan más fuerte consigo mismos. ¿Qué pasó?, ¿qué hago aquí? Se esconden antes del espejo en llamas; sucumben a su atavismo y abandonan las calles. Ya no son de ellos, alguien más las habitará. No importa: Vendrá otra vez la noche.

Reyes
[3:20 p.m.]

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[ junio 06, 2005 ]

SEGUNDA VUELTA, PRIMER CÍRCULO

 

Veo sus ojos, hay algo oculto; no quiero saber si comparto esa mirada.
No son quienes conocí, no soy quien era. ¿Puedo decirles algo? Probablemente lo debido es hacer preguntas, parecer interesado, sonreír placidamente. Quedar en vernos otro día: No. Mejor apurar la decisión. Van y vienen palabras; ninguna explicación posible. Ya hace tanto tiempo de la última broma celebrada por todos. No hubo un triángulo amoroso; ni siquiera hay una pareja. Cada quien se fue con parte de su vida a cuestas. Ahora es extraño cuando nos llamábamos camaradas; cuando amigo era una palabra que se quedaba corta ante nosotros. Supongo también que no somos los únicos en las derrotas: es parte del paso del tiempo. Uno va guardando en esa condena de la memoria fragmentos de tiempo como lajas reune un río. Así lo estático frente a lo móvil, en lo dinámico; los recuerdos como las piedras cambiaron de lugar, fueron talladas para ser más finas. Perlas oscuras al fin.
Algunas veces les echo de menos por esa placidez en la cual nos hallabámos inmersos. Ellos lo saben, los culpo por el abandono. Acabo de tomar conciencia: incluso yo deserté. El germen de la separación venía de mucho tiempo antes, desde los albores. Ahí estabamos como un accidente. No actuamos para evitar el quiebre, el retiro de nuestras confianzas. Parece fuimos rehenes de un malhadado sino. Verdad: desde antes yo vivía con los abandonos. Una y otra vez escapaba y quedaba sin nada que no fueran esos recuerdos entre brumas o rehechos al gusto de mi estado de ánimo. Quizá yo mismo ya soy un relato distorsionado en las mentes, en los labios de otros. Un existencia nacida en vocablos de los otros.
Tiempo después se quebró la cinta de moebius. Lo fortuito fue destruido por el tiempo, quizás para nuevos encuentros sucesivos.
Se esfuerzan por resarcir el tiempo, por regresar a la confianza de los ayeres. Uno y otro sabemos de la imposibilidad; uno y otra esperamos revivir el sueño. Ese ayer nos devoró como una mala bestia; antes jugó un poco con nosotros. Para cuando regresamos incapaces eramos de ser los mismos; mirarnos a la cara era estar desnudos. Con la mirada venían todo nuestros abandonos. Necesitamos máscaras, las tenemos. La debilidad es añeja y seguirá por mucho tiempo. El ánimo sombrío corroe hasta la plata, vos sabés.

Reyes
[2:42 p.m.]

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[ abril 12, 2005 ]

Era un círculo

 

Otra vez aquí. Otra vez aquí después de tanto tiempo. Las anécdotas no son ya más que un viejo sobre amarillento, quebradizo; para cuando queremos recordarnos como entonces. Ellas, ellos: palabras o planas imagénes que no admiten replica. Yo mismo, ¿qué soy? Exiliados que somos, que fuimos. Es posible que nos alejáramos buscando algo; una razón que en un principio nos hizo encontrarnos en ese breve espacio de tiempo. Creímos. Nos brindamos algunos sueños, algunas maneras de afrontar el mundo. Éramos el reconocimiento tardío de la misma existencia. No lo sabíamos entonces. Ahora es demasiado tarde para convencerlos; demasiado tarde para decirles algo que no sepan ya. Mudos en un país de ciegos. En esta provincia de Malmayor.
La locura dejó una fría muesca en nuestras manos. Quedará para siempre un espacio en nuestros abrazos. No sirven demasiado las frases hechas o las construidas con ingenio. Esperaré que sea un mal pasajero; un pésimo pasajero.
Lo que nos unió estaba más allá de la amistad. Si alguien conoce el concepto, la palabra para describirlo, la espero.
Esa misma esquina coronaba el abandono. Casi imposible que los tres estuviéramos aquí; menos probable todavía el reconocimiento. El calor de los ojos, el sudor en la frente; ese nerviosismo conspira. Subvierte el viejo orden y los antiguos sentimientos. Somos más de lo que fuimos, somos menos de lo que creíamos. Somos unos alunados.

Reyes
[3:49 p.m.]

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[ febrero 14, 2005 ]

Teníamos nueve; eran muy pocos años

 

Teníamos nueve años. Lo más probable es que fueron muy pocos años para saber, para hacer lo que hacíamos. Tres niños. Evidentemente unos chiquillos sin mucho más miedos que al enfado del padre, a la noche, al chamuco, a los perros. Aun así, con semejantes temores, los días pasaban rápidos. El verano era un tiempo en el que deseabas las paletas de hielo, las sombras, el agua fría, después de correr como desesperados bajo el sol. El invierno era un pequeño envoltorio de la navidad, y de las vacaciones de diciembre. La primavera, malhadada estación, era la temporada en que se nos encerraba en la escuela. Evidentemente sólo los niños sabían todo lo que se les negaba entre esas cuatro paredes y un maestro.
¿Cómo era esa vida? Supongo que una generalización simplemente sería escurrir el bulto y huir de la explicación. Tres niños que se conocen desde siempre, en la calle: ninguno entró a casa de los otros dos. Un triángulo cuyas orillas eran invisibles a no ser en la conjunción. A esa edad, supongo no había nada de antinatural en ese desconocimiento. Sin embargo, había algo más allá (siempre lo hay, ahora lo sé).
En ocasiones, uno de nosotros era un completo extraño. Un algo desconocido que no nos era dado entender (aunque lo hubiéramos querido, evidente es que no). Días en que su mirada se trasnformaba de una manera que acentuaba la delgadez de su cuerpo, en que su respiración se hacía tan pesada como la de un adulto. Esas veces era el más aventado de todos. No temía a la noche, no le atemorizaban los perros y a sus padres no les guardaba más que una sana distancia.
Él, y sólo él, jalonaba nuestra infancia. Nos hacía enfrentar al rocky, feroz chucho por cuyos dientes habían pasado hasta veladores; permanecíamos imposibles a pesar de la caída de la oscuridad, escondidos a veces, en ocasiones intrépidos; el chamuco, con su indiscutible existencia, nos acechaba a ocasión dada por el infantil valor.
¿Quién era él? Ya lo dije: el más feroz del grupo. Nosotros, anodadados, veíamos la forma en que balanceaba un cuchillo afilado sobre su palma, le daba vueltas en el aire para atraparlo o lo encerraba en su puño. Hacía todo sin un sólo gesto. Ya era un histrión. Luego... luego todo fue mayor.
No adelantemos vísperas. En esa época la amalgama de nosotros era todavía muy fuerte. No se había dado la dispersión. Quisiera tener mejores palabras para contarles todo. Sería una mejor ofrenda para aquél a quien le pertenece la cruz negra en la esquina de mi antigua calle, de mi viejo barrio. Allá donde no he vuelto en mucho tiempo.

Reyes
[6:45 p.m.]

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[ julio 28, 2004 ]

Hay días así

 

Bien. Algunas jornadas son de esta manera. A esta hora de la mañana una lágrima se asoma en las orillas del ojo. La mantienes firme ahí, no quieres que se escape. En lo que confiabas se derrumba. Algo queda en su lugar: ganas de reconstruir, pero ya hay mucha tierra desgarrada y cenizas. ¿Qué sigue? Pues no tengo ni la más repinche idea. El camino, supongo, debe recorrer el pasado. Ni las personas, ni los cigarros pueden ayudar a Izcoátl. Aquí está la prueba, aquí la muralla, cuál será el devenir, cuál su actividad. Todo supone un bello (es decir, terrible) acertijo. Las palabras sirven de poco, las imágenes podrían ayudar algo; sin embargo, con los sentidos embotados como en este momento no se puede hacer mucho.
 
Allí los amigos, allí nuestra historia, allí cada palabra y el viento en nuestros ojos.
 

Pink Floyd
Hey you
 
Hey you, out there in the cold
Getting lonely, getting old
Can you feel me?
Hey you, standing in the aisles
With itchy feet and fading smiles
Can you feel me?
Hey you, don’t help them to bury the light
Don’t give in without a fight.
Hey you, out there on your own
Sitting naked by the phone
Would you touch me?
Hey you, with you ear against the wall
Waiting for someone to call out
Would you touch me?
Hey you, would you help me to carry the stone?
Open your heart, I’m coming home.
But it was only fantasy.
The wall was too high,
As you can see.
No matter how he tried,He could not break free.
And the worms ate into his brain.
 
 

Reyes
[1:04 p.m.]

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[ junio 29, 2004 ]

ESO SI ES EL INFINITO

 

El jueves de la semana pasada, jugadas del destino, ocurrió el funeral de un tío, hermano de mi padre y muy cercano a esta fracción de la familia. Mis dos asiduos lectores recordarán que escribí de él. Él vivió enfermo por varios años. El desenlace fue rápido. El jueves, en la madrugada llegamos, padres y hermanos míos y yo, al pueblo. Durante todo el camino cayó una tormenta. Llegamos cansados y sin saber qué sucedería.
¿Cómo puedo contarles que bajando de la camioneta donde viajaba por segundos no quisé entrar a la casa? Al igual es casi imposible describirles cómo era una noche lavada por la lluvia en un pueblo semidesértico, en donde se desarrollaba un velorio. Hacía frío y la casa estaba inundada. Mis primas, ya ninguna vivía con él, lograban soportar esa muerte, por momentos también se derrumbaban. Un lugar común escribir que el cielo lloraba. Todavía no puedo creer que no volveré a verlo. Eso supongo que es parte del dolor.
De las cuatro a las siete de la mañana de ese día, podrían caber años. En esa zona acostumbran cantar entre Rosario y Rosario, con una tonada bastante patética. La letra dice como estribillo: "Ya va siendo hora de que me vayan sacando". Y en entre estas líneas se desarrolla una despedida a todo lo que estuvo cerca de él: la casa, los padres, la esposa e hijos, inclusive se despide de "la arena y el viento, que fueron mis compañeros". En este momento es cuando uno tiene que amarrarse los bloomers y no soltar las lagrímas. Imaginen: de madrugada y con esa canción tan triste, con la ausencia y lo que es peor, tomando conocimiento de que ya será permanente.

Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
...
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos los muertos.
Bécquer

Reyes
[3:10 p.m.]

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[ junio 22, 2004 ]

UN LAGO NEGRO

 

De repente te hundes y a pesar de los mover más las manos, por más desesperada búsqueda de asideros que intentes: no puedes salir. Tragas un agua salobre y oscura. Y en el estómago pesa como una lápida. Te irrita los ojos y quieres cerrarlos; te inunda la nariz y deseas ya no respirar; llena tus oídos y por escapar de esa sensación piensas en dejar de escuchar. La tristeza es un lago negro e interminable. Pican sus ondas en orillas de arena oscura y filosa con lasitud. Algunos árboles se resisten a fallecer en sus márgenes pero rocían el líquido con un fruto de un sabor amargo y profundo. De vez en cuando sube el nivel y los árboles son hartados, se anegan los caminos. Sin embargo, es difícil precisar si estaban primero los árboles o es más arcaico el lago. Siempre, hacía el centro, como una isleta se vislumbra un árbol añejo y sin hojas, pulido en su superficie de un verde aceitoso. Es extraño: las ramas están cubiertas de espinas. Cuentan viejas historias la esporádica llegada de ancianos y la existencia de un camino que sólo llega; una senda sin retroceso. Algunos de ellos, se pasan días mirándose en sus aguas repelentes; algunos más miran el cielo, miran la tierra, observan el horizonte en su reflejo. Ambos terminan atrapados en el agua. ¿Para qué ver más allá, para qué verse a sí mismos si la única visión posible es la desolación? Lo único visible es un cuerpo quebrado, un mundo recorrido por el viento que destrozó las más maravillosas edificaciones. La historia cambia, a mí me la hizo saber un tío. Ustedes la conocerán, no se preocupen, a su debido tiempo.

Reyes
[3:13 p.m.]

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[ mayo 11, 2004 ]

Y DE REPENTE PASA NADA

 

Cualquier día te levantas y te sientes cansado, sensación que sabes es la antesala de la depresión. Durante el día las cosas se van deslavando, no tiene gusto la comida, ves un sol pálido y fr­o. Las mujeres bellas son sólo un recuerdo; memoria que te deja un sabor ácido en la boca.
Pasan las horas, esta pequeña habitación, la insufrible ciudad, el aire libre se van haciendo pegajosos. Empiezas a pensar y es el momento en que empieza a caer Troya. Recuerdas a la enorme cantidad de amigos que se fueron. Esas pequeñas relaciones que por sus decisiones, por las tuyas, se quedan olvidados en algún meandro de la vida. Intentas hacer un inventario de miserias que pueblan las páginas de tu memoria y son más los naufragios que las llegadas a puerto. Unas y otras personas, con quien creí­ste envejecer, con quien quisiste pasar media vida, simplemente se perdieron después de un "nos vemos". Intercambiaste sangre con algunos, con otros simplemente una sonrisa o una broma; a veces miradas rencorosas.
Recuerdas a la niña de la primaria, y al niño que eras tú. Rememoras el sabor de una naranja en una tarde calurosa, el olor del suéter azul del uniforme, el filo de un lápiz. Tantas cosas que pierdes, tantas cosas que por salud debes dejar. Así­ se abandonas y eres abandonado por los amigos. Cada ternura que te guardaste, cada risa que arrebataste al aire. Y aun así­ no es suficiente. Podrí­as recordar aun más. A la maestra que sin saber para qué quisiste tocar. Al niño que querías ser. Y falta más: no tengo ni siquiera el nombre de los amigos, el apodo que ella tenía. Descubrirte ahora no tendría significado sino en los sueños. Lo más extraño es que no pasa nada. Tanto olvido y tan poco asible en tu vida. Supongo que entre mayor edad es más cruento todo esto.

Reyes
[3:30 p.m.]

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[ abril 12, 2004 ]

BREVES DIAS EN MICHOACAN

 

Veamos, de qué les estaba hablando: ya no recuerdo. Cambiemos de tema, entonces. En estos días santos, para escapar de una que otra crucificada en la ciudad de México, me fui de viaje por Michoacán. Se podría decir que atravesamos el estado de cabo a rabo. Incluso, llegamos a Guerrero. Brevemente: Michoacán es un estado que se sabe viejo, lo admite y por lo bajo se va transformando casi sin percibirlo. Es diferente al resto del país como lo es cada parte para con lo demás. Hay algo en común con la provincia zacatecana o potosina, por ejemplo, ese desconocimiento del transcurrir del tiempo si no es para contarse su historia. ¿Hace cuánto que pasó algo? Hace tal o cual periodo; sin embargo sigue presente y sigue moldeando la realidad cercana. Todavía Melchor Ocampo, todavía Hidalgo y la guerra de Independencia, pero más profundo se halla la conciencia de la muerte y la conciencia de la permanencia del ser general. Ni modos. Metafísicos a su tierra. Otro día les cuento de las tribulaciones de un turista en Michoacán.

Reyes
[2:45 p.m.]

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[ marzo 09, 2004 ]

UN TEMA MÓRBIDO PARA EL DÍA DE HOY

 

"Sí: era mi mejor amigo. En eso no hay duda: y yo su mejor amigo. Pero estos últimos tiempos ya no le podía aguantar: adivinaba todo lo que yo pensaba. No había modo de escapar. Aun a veces me decía lo que todavía pugnaba por tomar forma en mi imaginación. Era vivir desnudo. "

Max Aub, Crímenes ejemplares

El anterior fragmento del francésespañolmexicano viene a cuento por una relación de hechos conocida hace mucho tiempo por mí. Mi padre la cuenta periódicamente entre asombrado y nostálgico, quizás. Era una noche común en Villa González Ortega, los hombres se empeñaban en limpiar el polvo de sus gargantas con ese mezcal fuerte que se vende baratísimo, mientras que las mujeres se encerraban en sus casas, a piedra y polvo para escapar de no sabían qué y de las madrizas que pudieran atizarles sus maridos o padres.
El pueblo, como es normal en la zona este del estado de Zacatecas, vivía la época de ociosidad impuesta por la tierra: era tiempo de secas y el trabajo era mínimo. Las noches de ese periodo se sobrevivían más gracias a la existencia del alcohol que a la esperanza. El dinero, poco, funcionaba sólo para ir sobrellevando la vida. Noche iluminada apenas por estrellas frías y algunas lámparas de aceite.
Un grupo de amigos, por supuesto todos hombres, se reunían en torno a una botella que rolaba entre todos. De ellos, había dos que eran muy amigos desde la niñez. Avanzaba la noche y el humo de cigarros fuertes, baratos y amargos llenaba los huecos entre ellos. La conversación versaba sobre los temas de siempre: la siembra, las viejas historias, las historias de viejas, hasta que el ánimo fue decayendo y se rompió la reunión en una serie de corrillos de plática lenta y pesada.
Entre los dos amigos principales de nuestra historia no había muchas palabras porque casi todo estaba dicho más de una vez, o intuido. De pronto una pregunta: -Compadre, ¿dónde tiene el corazón? Todos prestaron atención a lo extraño de la interrogante, incluido el referido. Pasaron algunos segundos, de reflexión, de búsqueda de un segundo sentido a la oración. El aludido contestó, a la vez que señalaba doblando el brazo. -Aquí. -¿Dónde, aquí? Señala con seguridad Juan. Todo paso con velocidad. Con una mano experimentada sacó una daga, de esas utilizadas en las labores del campo, larga y curva, y la enterró exactámente ahí. La sorpresa fue de todos. Juan no creía lo fácil que se hundió el arma hasta la empuñadura. Pedro colocó en todos una mirada de sorpresa, mientras iba adquiriendo una tonalidad blanca. El cuchillo hasta el fondo no permitía la salida de la sangre. El herido mudó su expresión hacia una lasitud pocas veces vista en el hombre. Parecía una estatua de piedra hasta que se desplomó. Juan no se fue, miró el ritual hasta el último minuto. Fue culpable desde antes de consumar la acción.
Sirvan las palabras de Aub para explicarlo . Se mató por temor, por vergüenza, por debilidad.

Es una historia que traigo grabada desde hace mucho tiempo. Ustedes perdonarán lo inopinado de la intervención pero el suceso realmente sucedió y da cuenta de los extremadamente amplios límites del ser humano. Vale y gracias por la lectura.

Reyes
[2:56 p.m.]

[ enero 29, 2004 ]

RELACION DE SUCESOS ACAECIDOS EN EL ESTADO DE ZACACATECAS EN EL AÑO DE NUESTRO SEÑOR.....

 

Así se hubiera llamado esta constancia que escribo en el improbable caso de que la hubiera realizado por ahí de 1800. Ni modo, tendré que ponerle un nombre menos rimbombante: Crónica de Zacatecas, pues.
Estuve en Zacatecas a finales del año pasado. Siempre regreso, es casi una peregrinación. A veces solo, a veces en bulla; siempre con un ánimo ermitaño. Desde niño fue un lugar de soledad, de separación; sin embargo me era increíblemente atractivo. Es el lugar de mis antepasados, es un lugar que cambia poco y sólo superficialmente. Suerte de isla de profundos asideros, de dolores tan marcados que sólo en la chanza es posible sobrellevarlos. Me explico. Mi padre, y yo mismo, nacimos en un pueblo en la región sureste del estado de marras, cerca de la línea divisoria con Aguascalientes y San Luis Potosí. Somos descendientes de un efímero terrateniente cuyas posesiones más sagradas eran hatos de ganado. Mala administración y mala suerte para concebir un hijo varón lo hicieron perder la mayor parte de sus propiedades (estemos de plácemes, me toca la increíble cantidad de una hectárea de tierra, sin desmontar aún). Mi papá, después de sufrir una infancia bastante triste vinó a la ciudad de México de "vacaciones" y continúa aquí (aunque ya vive en el Estado de México). Aquí se casó, tuvo hijos -yo soy el único que nació en la villa-, y sigue. Algunos de mis mejores recuerdos infantiles son de mi estancia en tal lugar.
Cada viaje al pueblo era una especie de liberación, era alegría. Sin embargo, había historias ocultas que yo conocí sólo cuando adulto. Un tío cuya esposa lo engañó con el cuñado, el viaje de éste y el aún desconocimiento de su paradero. Constantes fricciones entre mi abuelo y algunos tíos, el sufrimiento de mi abuela con un marido borracho y golpeador. Yo no lo sabía entonces, todo parecía tan fácil, terso, suave. Quizá tiene que ver la infancia para tal optimismo irracional.
Recuerdo el cuarto que nosotros habitábamos eventualmente. Ahora que lo pienso, es la muestra de las desventuras de un hombre, de su propia vida sobresaltada, me explico, es el de mi tío abandonado. Ahí crió a sus hijas, ahí las hizo sufrir y de ahí escaparon. Mi tío vive sólo ahora. Entrando se percibe una semioscuridad y un olor amargo, un tanto sudor y otro poco cigarro fuerte. Los enseres arman un caótico escenario. Algunos cuadros, (de un santo, fotos de sus hijas) , algún diploma, calendarios de 1995, paredes cafés de polvo, camas desvencijadas y un mundo de cosas guardadas en cajas.
Es una zona semidesértica, es natural el polvo, tanto que ya los pobladores han aprendido a convivir con él. La vida transcurre encubierta: durante el día al interior de las casas; en la noche cubierta por la oscuridad. Solamente en diciembre y en algunas fechas del año, se despereza el pueblo, se llena de gente. Es la vuelta de los mojados, de los inmigrantes. Se suceden las bodas, los bautizos, los XV años, los bailes. El centro se halla atestado de autos gringos, de marcas desconocidas aquí, de hombres que miran con asombro esto que dejaron hace uno, dos o tres años.
No es un idilio. A uno de mis hermanos lo golpearon ("chilanguito"), a un primo también le dieron una tunda por un asunto de celos entre machos. Recién hubo balacera en un baile. El resultado fue un hombre con un rasguño en la cabeza y otro con una bala en lugar de molares. Periódicamente hay madrazos, es normal. ¿Será que esto ocurre en toda la provincia mexicana?
Las historias de muerte son constantes. Cada año llega algún nacido aquí en caja de madera. De otros jamás se vuelve a saber. No ha mucho murió un hombre por piquete de abeja, otros por mordedura de serpiente, por ebriedad. Sin embargo, los hombres son alegres, chanceros, cábulas. Llenos de historias, se deleitan en contarlas. Hablar es más que un medio para acordar, es una manera de conjurar la muerte. Esa que ronda en cada momento de su vida, a ellos más que a otros.
Bueno, bueno. Creo que no tengo esa gracia para las anécdotas así que paso a retirarme. Si alguien quiere que les refiera algunas de relatos, avíseme. Si no, pues de cualquier manera avíseme. ¿Bien?

Reyes
[3:02 p.m.]

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[ diciembre 30, 2003 ]

DESDE ZACATECAS, CAMARADAS

 

Con la novedad de que estoy desde hace algunos días en este rincón polvoriento de la nación. No hay mucho que contar, parece retiro decembrino: mucho polvo, una grata soledad y mucha, mucha comida; algunas fiestas, personas a quienes estimo y una gran variedad de personajes. Eso sí, hay historias como para registrar y vender por tramos o kilo. Anécdotas, cuentos, chapuzas, chanzas, bromas, chistes y un largo etcétera. Con todos los elementos: amor, sexo, celos, muerte, risa, puyas y mucho más. Historias de polleros, muertes por alcohol, por miedo, por celos y uno que otro balazo que sólo modifica el rostro del personaje. Es bastante extraño describir todo el ambiente pero ni tiempo ni ganas de hacerlo, ya ven: son vacaciones y estoy licenciado del cerebro. Cualquier otro día les hago llegar más detalles.

Reyes
[11:46 a.m.]

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[ noviembre 11, 2003 ]

MALDITO EL DIA DEL CIGARRO AJENJO

 

Maldito el día del cigarro ajenjo,
quieran los seres que habitan las cavernas
inmortales preservarme de lamentaciones
vanas por la separación del sueño.

Reyes
[3:14 p.m.]

(0) comments APURA EL VASO HASTA LAS HECES

 

Hace una semana, recién llegaba yo de un fin de semana todo extraño en el FIC -mochila al hombro, bolsas debajo de los ojos y bolsillos vacíos- cuando me di cuenta de ello. Había un grupo de mujeres sobrevolando, esa es la palabra más exacta, a una señora. No había nada raro; podría ser una reunión matutina de noticias barriales pero algo faltaba. No me di cuenta por algunos momentos hasta que logré ver el rostro de Ella, entrada en años, cabello todavía negro y extendidas arrugas. Capté, también, una frase al vuelo: "...en el Gustavo Baz". Puse más atención. No era jolgorio. No había la más mínima festividad en el grupo pero se notaba cierta satisfacción en algunas. La del centro (cubeta de leche, delantal para cocinar y poco esmero en el arreglo) estaba diciendo algo. No hablaba pero sus ojos expresaban un dolor. Inyectados de sangre, los músculos del rostro no se movían. Contestaba más como en automático que por ánimo verdadero. No se iba por la misma abulia que la obligaba a responder las preguntas de sus interlocutoras. Sólo ellas se movían para oír mejor, para mejor captar el sentido de sus palabras; sólo ellas tenían energía para rondarla y nutrirse de ese malestar calmoso en que se hallaba sumida.
Había algo enfermo en esa reunión. El sol, hermosa mañana de noviembre, caía con fuerza pero sin furor. Calido el ambiente pero sin excesos. Se marcaban sombras en su rostro. Por momentos el mismo timbre de las cuatro palabras escuchadas era muy extraño. Tenían una velocidad cansina y una entonación pareja, parecía el viento chocando contra las ramas secas de un árbol. Deteste a las mujeres a su alrededor. -Déjenla, ir -pensé-. Déjenla sufrir a solas.
No me detuve, sería contagiarme yo también del mismo temor, la misma loca alegría de no ser yo el fallecido. Tengo miedo de ser esa humanidad que se alegra de la caída del otro. Quizás Canetti tenía razón. Todavía siento pena por ella.

Reyes
[3:10 p.m.]

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[ octubre 29, 2003 ]

LA FRONTERA DEL ARTE

 

Fue la batalla más larga de cuantas se pelearon en Tuscatlán o en cualquier otra región del Salvador.Empezó a la medianoche, cuando las primeras granadas cayeron desde la loma, y duró toda la noche hasta la tarde del día siguiente. Los militares decían que Cinquera era inexpugnable. Cuatro veces la habían asaltado los guerrilleros y cuatro veces habían fracasado. La quinta vez, cuando se alzó la bandera blanca en el mastil de la comandancia, los tiros al aire empezaron los festejos.
Julio Ama, que peleaba y fotografiaba la guerra, andaba caminando por las calles. Llevaba su fusil en la mano y la cámara también cargada y lista para disparar, colgada del cuello. Andaba Julio por las calles polvorientas en busca de los hermanos gemelos. Esos gemelos eran los únicos sobrevivientes de una aldea exterminada por el ejército. Tenian dieciseis años. Les gustaba combatir junto a Julio; y en las entreguerras, él les enseñaba a leer y a fotografiar. En el torbellino de esta batalla, Julio había perdido a los gemelos, y no los veía entre los vivos ni entre los muertos.
Caminó a través del parque. En la esquina de la iglesia se metió en un callejón.
Y entonces por fin los encontró. Uno de los gemelos estaba sentado en el suelo, de espaldas contra un muro. Sobre sus rodillas, yacía el otro, bañado en sangre; y a sus pies, en cruz estaban los dos fusiles.
Julio se acercó, quizás dijo algo. El gemelo que vivía no dijo nada, ni se movió: estaba allí, pero no estaba. Sus ojos que no pestañeaban, miraban sin ver, perdidos en alguna parte, en ninguna parte; y en esa cara sin lágrimas estaba toda la guerra y estaba todo el dolor.
Julio dejó su fusil en el suelo y empuñó la cámara. Corrió la película, calculó en un santiamén la luz y la distancia y puso en foco la imagen. Los hermanos estaban en el centro del visor, inmóviles perfectamente recortados contra el muro recién mordido por las balas.
Julio iba a tomar la foto de su vida, pero el dedo no quiso. Julio lo intentó, volvió a intentarlo, y el dedo no quiso. Entonces bajó la cámara, sin apretar el disparador, y se retiró en silencio.
La cámara, una Minolta, murió en otra batalla, ahogada en lluvia, un año después.


Eduardo Galeano. El libro de los abrazos (1989).

Ustedes me disculparán que no escriba algo mío pero este fragmento es excelente. Por favor no le digan a Galeano porque eso de las patentes, marcas genéricas y zarigueyadas por el estilo no son para mí.

Reyes
[2:57 p.m.]

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[ septiembre 25, 2003 ]

ERA EL ULTIMO CIGARRO

 

El último cigarro se había consumido ya hacía algún tiempo, por momentos algunos girones de humo descendían hasta encontrar un último lecho antes de desaparecer en el suelo. El reloj de la sala, viejo y hermoso, sonaba con ese mareador tic tac suyo . Todavía algunos de sus rastros se empeñaban en su presencia: tan poco tiempo y eran casi ancianos. Me sorprendía no sentir ese dolor tan hondo por su ausencia; deseaba que el mundo se cayera o por lo menos la reunión de todas las personas aquí conmigo, y vieran mi intolerable pena, que alguno consolara el llanto que subía por mi garganta. Ninguno llegó. Pero el dolor, si hay tal, no lo encuentro. Malditos, ¿quién me robó esa esperanza? En estos momentos lloraría por no poder llorar; sin embargo, el día brilla y me lastima. Roto mi lazo con la humanidad, ahora puedo esconder el no sufrir cuando sufro. El último cigarro, y no había más para regocijarme en ella en su carencia. El día brillaba, yo no tenía más cigarros;y ella se fue.

Reyes
[2:21 p.m.]

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[ septiembre 12, 2003 ]

SE LLAMABA LEE KYUNG HAE

 


Reyes
[11:30 a.m.]

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[ septiembre 05, 2003 ]

LA LOCURA ES UNA LUNA

 

La locura es una luna de plata, una luna pequeña que se va expandiendo en tu mente. Es un punto desigual que cojea a la vez que corre, que delira lúcidamente y en poco tiempo vive la eternidad. Algunas mañanas te eclipsa el sol y en muchas noches es la única guía. Como las mareas regresas al momento que te sentiste loco, al punto de la tierra marcado por tu sangre. Eras niño y conociste todo, y todo te hizo otro. Viste a las personas y comprendiste a cada una, pobres, están cuerdos pensaste. No te engañes, no puedes guiarlas porque la locura de todos es diferente. No serás más que baquiano de unas cuantas neuronas tuyas en ese tropel de la expansión del cerebro, del alma, aunque no existe ella.
Sólo en los ojos se delata tu verdad, sólo en tus manos se nota un atisbo de multiplicidad. Tus cabellos se vuelven de plata antes de traicionar la sagrada bendición del astro.
Vamos, pues, que Cyrano tenía razón y sólo ahí hay vida. No te arrepientas de que tus ojos sean color de luna, de que tus pies se planten ante tan extraña tierra, y mucho menos, no rajes de tu lengua con sabor a Selene, que ella, mujer, es toda la humanidad, mediocridad aparte.
Cántalo a todo pulmón y que un cigarro de tabaco lunar no falte nunca en tus dedos, que una copa nacida en esas viñas alejadas no se ausente de tus manos.
Salud y fiesta.

Reyes
[3:11 p.m.]

(0) comments LA IRA ES UN ARBOL

 

La ira es un árbol que te va creciendo en las entrañas; rara planta que partiendo de tu hígado invade tus brazos, tus piernas, tus orejas y tus ojos. Maldita sea la hora en que tus ojos son contaminados, sería mejor perder la vista. Más tarde, se alimenta de tus pensamientos y como una maldita ciénega los va haciendo mudos, oscuros, lodosos y pútridos.
En qué momento su nudoso tallo abarca todo tu ser no sé. Te vas secando mientras él se expande; pero no, sólo un fruto expulsa, y sus hojas horribles son sólo astillas, y de astillas sufres el delirio.
No hay animal que se acerque a él porque hasta ellos saben lo que oculta. Los buitres se posan en él porque ellos no son aves, son semillas del dolor. El árbol crea sus propios gusanos. Puedes escapar de él, pero antes debes enfrentar a la pantera su copa. No, ella tampoco es natural. Cada afilado colmillo, cada garra torcida son creación de ti. De ti, que año con año te vas volteando hacia dentro, que año con año te haces más lejano de los hombres de verde centro. No compartes más que dolor, no exudas más que maldiciones y ellos, para no contaminar sus propias vidas se van alejando o se ocultan tras murallas de palabras.
Quiera ese dios lejano venir en tu ayuda, ojalá que los antiguos héroes sepan de tu tragedia. No. No es posible la ayuda externa. Enfréntate al árbol inconmovible, al negro felino que mora en sus ramas. La recompensa está ahí. Destruye pues la más inmisericorde parte de tí. Tienes que planearlo porque de su crepúsculo saldrás más fuerte, de su fin crearás más vida, más caos, escaparás más rápido a la muerte. Él es potente pero tú eres más personas. Apresúrate porque está por aniquilar a quienes eres tú, a tú multiplicidad, a las mañanas fértiles, a la alegría de la actividad.
El ensalmo debe empezar ahora. Vela armas, date cuenta de tus debilidades, conoce tus dones, bebe el elixir del viento, forja tu coraza porque el corazón del árbol es daga de marfil, porque su savia es un tósigo que ni la sangre del centauro. Necesitarás ayuda. Existen las personas que te guíen; están presentes pero no están ahí, serán tu luz, sin ellos todo está perdido. Más tarde quizás puedas agradecerles con tu vida.
Mañana es demasiado tiempo; ya es apenas suficiente. No lo dejes respirar, dómalo, véncelo y de su madera construirás tu refugio, tu hacienda.
La lucha será ardua pero sería peor la inmovilidad. Que te acompañe yo, que te dé fuerzas ella. Un trago y adelante.

Reyes
[2:54 p.m.]

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[ agosto 21, 2003 ]

Las cosas sobre las que jamás discutiría

 

Sobre música tecno, sea lo que sea (raves incluidos)

Sobre los "deseos ocultos e insatisfechos" de las mujeres (qué miedo)

Sobre la increíble estúpidez de cualquier cosa (no me refiero a espectros, por el momento)

En torno a la vida después de la muerte

Sobre las bondades de ser increíblemente rico

Sobre que yo soy el mesías (no lo soy, no se asusten)

Sobre características físicas de las mujeres (porque no se puede chiflar y comer pinole)

En torno a cómo mataban cucarachas los monjes en el siglo XIII (eso lo leí en alguna parte)

En torno a la maldad de Dios (se sobreentiende; tampoco la de Superman)

De ahí en fuera, todos los temas. A menos que se me vayan ocurriendo más en el futuro.

Reyes
[3:07 p.m.]

[ agosto 15, 2003 ]

La imaginaci?n est? influida por el tiempo

 

El día de ayer ocurrió algo muy gracioso (para nosotros, claro): en varias ciudades de la megapotencia del mundo (y Canadá, también) hubo un apagón marca diablo. Graciosa fue la cobertura hecha por los medios mexicanos. Ustedes disculparan que no haga la descripción de las cadenas como CNN, Fox u otras, pero en mi hermoso barrio, tierra de íbidem, no llegan. En un momento yo creía que habría ocurrido un ataque dancístico-mortal como el del 11 de septiembre. Falso. Un apagón y de pronto la marea de los paranoicos, armados-hasta-el-culo, vecinos del norte estuvieron a punto de estallar (qué terrible imagen) de terror.



Lo más funámbulesco es el rompimiento de la cotidianidad cuando algo tan presente falla. Se detiene el mundo y se condena a vivir El día que paralizaron la tierra. No sé si esperaban ver bajar un marcianito o a Osama. En fin, es de las cosas que no esperarías ver en la Nación más poderosa de la tierra.

Por cierto, a cotinuación un fragmento de la historia curiosa de la energía eléctrica en Nueva York:

Thomas Alva Edison fue el primero en valerse de la energía eléctrica para demostrar las diferencias entre el bien y el mal. En 1882 la historia patibularia toma un giro de 180 grados cuando el científico inaugura una central eléctrica e ilumina por primera vez con su bombilla incandescente (...) una calle de dudosa reputación, Pearl Street, en lo que hoy se conoce como el Soho de Nueva York.

Pero en 1886, George Westinhouse funda su propia compañía de electricidad para proteger sus inversiones de las tinieblas del crimen (...) La batalla entre la luz y la fuerza se inicia:¿a quién de los dos genios le corresponde el drecho de suministrar la energía eléctrica a la nación americana, ergo, al mundo entero?(...)

Edison reunió a un jurado de distinguidos ciudadanos y gente común en un aplaza pública para lo que parecía una exhibición de circo gratuita. Los protagonistas del espectáculo: perros y caballos provenientes de la perrera y el rastro municipal(...) la estrella principal: un elefante (Shory)

Les ahorro los detalles escandalosos y sólo agrego un dato más: El prisionero William Kemmler tuvo el "honor" de inaugurar la sille eléctrica concretada por Edison en abril de 1890 en la carcel de Auburn, Nueva York, recibiendo tres descargas de 2,760 volts en total.

La fuente: Periodismo charter, de Juan Manuel Servín

Detalles insignificantes del progreso, pues.

La luz es buena, lo malo es el mongol que tiene el mando.




P.D. Recordé un cuento que leí no hace mucho, de Asimov. Se llama Anochecer. El argumento trata sobre un anochecer en un mundo con tres soles, sempiternamente iluminado, y racional según sus pobladores. En el atardecer empieza la locura y no para hasta la nueva luz del día.

Reyes
[2:09 p.m.]

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[ agosto 12, 2003 ]

El cuervo

 

«¡Profeta! - dije -, ¡ser de desdicha! ¡Pájaro o demonio, pero al fin profeta! Por el cielo que se extiende sobre nuestras cabezas, por ese Dios que ambos adoramos, di a esta alma llena de dolor si en el lejano paraíso podrá abrazar a una santa joven, a quien los ángeles llaman Leonora. Abrazar a una preciosa y radiante joven a quien los ángeles llaman Leonora». El cuervo dijo: «¡Nunca más!».


«¡Que esta palabra sea la señal de nuestra separación pájaro o demonio! - grité irguiéndome -. Vuelve a la tempestad, a las riberas de la Noche plutónica; no dejes aquí una sola pluma negra como recuerdo de la falsedad que tu alma ha proferido. Deja mi soledad inviolada. Abandona ese busto colocado encima de la puerta. Retira tu pico de mi corazón y precipita tu espectro lejos de mi puerta». El cuervo dijo: «¡Nunca más!».


Y el cuervo, inmutable, continúa instalado allí, sobre el pálido busto de Palas, precisamente encima de la puerta de mi habitación, y sus ojos se parecen a los ojos de un demonio que sueña; y la luz de la lámpara, cayendo sobre él, proyecta su sombra en el suelo; y mi alma, fuera del círculo de esta sombra que yace flotante sobre el suelo, no podrá volver a elevarse. ¡Nunca más!


Todos ustedes saben de quién es

Reyes
[3:43 p.m.]

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[ agosto 08, 2003 ]

Hoy no tengo imaginación, únicamente solaz

 

El guerrero

Lleva la muerte en su espada quien por amor debe morir

O matar lo que ama, magnánimo con su pena

Pues no busca olvido sino infierno.

Si el arma hunde en otro pecho, en su pecho la aloja,

Mas la carroña no es suya sino definitivamente ajena.

Vivo queda, es decir, culpable. No sólo arrastra tormento

Para siempre: mil veces repite su delito,

Poruqe sanguinario es el príncipe con gentes que no odia ni conoce

Y Dios condena por el mismo mal que es su obra y los jueces

castigan al que rechaza la injusticia, él por ella pidió ser condenado.

Castrado, no: aprende a ser hombre quien por serlo sufre, quien

Entre tierra y cielo sólo quiere ser hombre. No será su existir fácil

Como respeto de puta: guerrero sí, o loco pero nunca inocente.



Jorge Gaitán Durán

Reyes
[3:23 p.m.]

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[ agosto 07, 2003 ]

Empiezo a domesticar el blog

 

A las tres personas que saben de la existencia de este blog, les informó que por fin tengo tablón de mensajes (a la izquierda, abajo). Dejen un mensaje alguna vez y les pregunto "¿qué 'ruido' hace un blog en medio de la web si nadie está ahí para leerlo?"

Reyes
[12:24 p.m.]

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